viernes, 12 de junio de 2009

No quiero que pasen, quiero que se queden.

Hoy, digresión.

Cómo los pancitos saborizados acompañados con alguna crema de queso azul en el momento de la elección del menú en la carta, hoy les sirvo este entremés antes de la entrada.

Es que he estado pensando en lo que pasa y en lo que se queda. He pensado en las personas que pasan por nuestras vidas, en las actividades por las que yo paso sin continuarlas (este blog por ejemplo y esta digresión es un intento de continuar en la cocina de mis Platos Rotos) y, especialmente, he pensado en esos lugares en los que nos gustaba comer y que pasaron…

Santa Fe tiene muchos casos.

Allí estábamos con amigos tan a gusto. La comida, las luces, la atención. Pequeños y cálidos rincones en los que podíamos estar como en casa. En los que con cada visita nos sentíamos parte de la cruzada porque olfateábamos en ese proyecto la dedicación de sus dueños.

Alrededor, otros como nosotros eran parte desde el rol de clientes, muchos incluso casi socios implícitos del lugar con el fin de continuar construyendo la posibilidad de un espacio en el que poder compartir.

Una casa chorizo de dimensiones de juguete, una casona de paredes rojas o un simple salón y tantos más…

Los amantes del buen comer nos acostumbramos a los sabores, nos enamoramos de los lugares y ponemos nuestras expectativas en ellos, nuestro deseo de seguir compartiendo. Y cuando un restaurante nos conquista vamos por la vida promocionandolos esos espacios, recomendamos sus platos, sus particularidades, su gente.

Hasta que de repente paf!, nos atragantamos con las puertas cerradas para siempre, o nos ofrecieron un refrito del espacio que indigesta…

Ya se: estas cosas pasan en Santa Fe y en cada rincón del mundo donde existe el deseo. No habrá un lugar igual, pero habrá otros y aquel deseo va a macerar en nostalgia.

¿Ya eligieron? ¿Qué se van a servir?

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