lunes, 1 de junio de 2009

La cocina está servida

El jueves pasado, el 28 de mayo más precisamente, fue un día en el que los recientes “platos rotos” pesaban en mi estado de ánimo y en mi humor como una bolsa de papas. Luego de ver la película “Jardines en otoño” en el Cine Club Santa Fe me sentía con apetito, pero estaba solo. Una circunstancia, en lo personal, poco apropiada cuando lo que menos se tiene ganas de hacer es ir a casa a cocinar.

No era apetecible la imagen de mí mismo sentado sólo en una mesa un frío jueves de otoño en uno de los vidriosos y populares bares de la recoleta santafesina. Pensarlo ya atentaba directamente contra mi estómago y acentuaba mi estado de bajón. Aquello que debería animarme, como un buen plato, podía romper todas las expectativas.

La preocupación duró poco porque yo traía entre manos una idea. Sabía que había una amiga y buena comida en algún lugar.

Entrar en El Aljibe es como viajar en el tiempo. Una vez que se cruza la vieja puerta de madera, en el interior espera una casona colonial antiquísima, con pisos de gres cerámico y techos de teja con tirantes de madera. Las paredes presentan el ladrillo enrazado y, donde el revoque resiste el paso de tiempo, el color es cálido. La iluminación acompaña.

“Busco a Natalia”, le dije al Chino, el mozo del lugar, y lo seguí hasta la barra al encuentro del ingreso a la cocina. Él lo pasó, yo por ahora esperé. Mientras lo hacía, observaba. Miré el todo y me detuve en los detalles, algunos de ellos apropiados y otros evitables. Sobre la barra, había una foto de un grupo de señoras mayores reunidas en El Aljibe que habrá tenido entre diez y quince años. De repente, miré una mesa y descubrí que las mismas de la foto estaban comiendo allí esa noche.

Mi espera continuaba.

Hacía cinco minutos que el mozo me había dicho que Natalia, amiga y miembro de la familia propietaria del lugar, ya venía. Entonces, miré la puerta de la cocina y pensé: “la cocina”. Mi deseo por entrar era más fuerte con el paso del tiempo. Mi apetito, mi humor y mis ganas de escribir este blog tenían ahora un claro factor común.

¿Qué mejor que comer en la cocina de un pequeño y familiar restaurante estando solo? ¿Qué mejor para cambiar mi humor que unas ricas pastas calentitas servidas apenas preparadas? ¿Qué mejor que empezar un blog de gastronomía que desde una cocina?

A los veinte minutos un plato de agnolotis llegaba a la mesa más grande de “El Aljibe”, la mesa 00. A la derecha una montaña de utensilios subía y bajaba al ritmo que el Chino levantaba las mesas y la señora lavaplatos lograba llevarlos a la pileta, una pequeña batalla que en algún momento pareció infinita. En una habitación continua ardían algunas hornallas y la voz de la experiencia esperaba la hora para declarar “la cocina está cerrada”, pero todavía faltaba.

Mis agnolotis de ricota y jamón cocido eran auténticamente caseros y nadaban en una suave salsa de crema. Contra los principios “comidas y bebidas que van bien” acompañé el plato y a Natalia con una cerveza premium rubia. El pan era sabroso.

Siempre genera dudas el tiempo que dura un plato delante del comensal. El tiempo es tan relativo para los sabores y los aromas, como para el paladar. Así fue como, en cuestión de minutos, mi triste humor se había evaporado, escondido, alquimizado entre y por los numerosos instrumentos de cocina que estaban en el lugar para hacer esas tareas que hace el amor: batir, cortar, moler, partir, macerar, doblar, leudar, calentar, hervir, pinchar, transformar…

Entre tanta acción interminable, tanto trabajo, tantas idas y vueltas de platos, de comandas y sugerencias una crema chantillí inesperada debía aparecer rápidamente en escena para acompañar las pretenciosas peras al Merlot y puso clima de urgente en la cocina. Todos a batir mientras esperábamos que la crema llegue a su punto.

La parva de platos se dejó vencer por la pileta. Los trapos y las rejillas aguardaban húmedos para recorrer el lugar. Se achicó el contenido de recipientes, se guardaron verduras lavadas y listas que debían esperar hasta mañana en la heladera. Se escuchó desde un rincón “decile al Chino que la cocina está cerrada”. La frase pareció indicar un final que demoró en llegar.

Donde se cocina, en Santa Fe y en cualquier parte del mundo, los principios y los finales nunca son tan claros, el tiempo y el espacio, como el agua que hierve y una clara de huevo que se bate, se consumen y se agigantan. Como el humor, el amor, la espera y los platos rotos.

Bienvenidos y buen provecho…

7 comentarios:

Ricardo Capara dijo...

Bienvenido tu blog.

Charly dijo...

Hola Pablito! Bueno... ayer ya te dije que me parecia muy bueno e interesante. Adelante con tu nueva faceta de critico gastronomico. Te doy una Baguete... (JA) Besos!

Anónimo dijo...

Amigo sos un creativo!!!!
Te quiero mucho.- Besos Caro Dovis

Mario Sejas dijo...

Mira Pablo voy a los bifes, es decir al grano, me parece un comentario sabroso, tiene pimienta, no parece ninguna grasada, aunque rompe los huevos no haber compartido esa comida.me parece que tenes pasta para estos menesteres, me parecio un kilo y 2 pancitos, pero la frutilla del postre fueron las peras, pero acordate de no pedirles peras al olmo.SAL u2-mario

laura dijo...

Hola Pablo!!!!!mas que baguete ....Pan Frances!buena descripcion,cualidades ocultas QUE BUENO! beso.Laura.

Anónimo dijo...

exquisitamente romantico. ojala todos pudieran ver con tus ojos un poco mas alla.
que mejor que conocer el aljibe en buena compañia, copas y buena comida de por medio?
fran

Pablo Tibalt dijo...

Esa es una buena receta Fran: buena compañia, copas y buena comida.
Cocinemos!
Gracias...